La Filosofía Latinoamericana nos habla de ese “nuevo patrón de dominación social” que no tiene precedentes en la historia antes del Siglo XVI, pues durante el proceso mismo de la Conquista y de la Colonización se crea el concepto RAZA. Esto genera el nuevo eje de explotación social, asociado a todas las formas de control del trabajo y los recursos, cuya influencia podemos ver hoy en nuestras sociedades.
Los estudiantes de grado 11° trabajan sus proyectos de acuerdo con los intereses de cada equipo en la clase de Filosofía y Ética y reflexionan sobre la importancia de Descolonizar estos Patrones de Dominación y de Explotación Social.
A continuación, la exposición de algunos de los proyectos de los estudiantes en torno a este tema




























Compartimos un ensayo destacado de las estudiantes Gabriela Gómez y Sara Escobar.




“Lágrimas entre escombros: Secuelas de la colonialidad en América Latina
Durante siglos los pueblos indígenas latinoamericanos han vivido reprimidos bajo efectos de la colonialidad que aún permean la sociedad actual. Aunque la colonización culminó, hasta el día de hoy no se ha logrado un proceso de descolonialidad para reivindicar las culturas que han sido pisoteadas. Al contrario, los discursos de odio tanto en redes sociales como en las relaciones interpersonales aún marginalizan grupos étnicos e incitan al racismo y la misoginia. En los libros de historia se relata la versión europea de una conquista heroica de territorios remotos en un ‘Nuevo Mundo’, iluminada por la antorcha del conocimiento renacentista. Sin embargo, la historia deja de lado el punto de vista de los grupos indígenas que no solo fueron despojados de sus tierras, sino también de su identidad.
La racialización surgió en la colonia en el siglo XV a raíz del eurocentrismo como un ‘instrumento de clasificación social’ (Quijano, 2014). Si bien se originó sobre las supuestas diferencias entre las estructuras biológicas de europeos e indígenas, fue utilizada para consolidar la superioridad blanca, asignando roles sociales en jerarquías de poder político y económico según la etnicidad. Oswaldo Guayasamín (1919-1999), un pintor ecuatoriano de ascendencia indígena, ha logrado capturar a través de su arte expresionista el sufrimiento indígena como producto de la colonialidad del poder, saber, y del ser. En su colección Lágrimas negras (1984) retrata en las expresiones faciales de varios rostros la desesperación y la angustia mediante el uso de sombras y contrastes con fondos de colores fríos que resaltan las lágrimas de dolor. El pintor apela a la emoción para capturar la esencia de un pueblo cuyos conocimientos, tanto mentales como culturales, tradiciones han sido invalidados; su forma de ver el mundo y percibir la experiencia en cuerpo y alma de forma holística ha sido deslegitimizada, y sus rituales sagrados de medicina curandera rechazados debido a la desaprobación absoluta de todo lo ajeno a la cultura europea.
En su obra Retrato de Atahualpa (1945), Guayasamín retrata al último gobernante del Imperio Inca que se enfrentó a la llegada del español Francisco Pizarro en 1533. El emperador luchó en una batalla contra los invasores españoles luego de que llevaran a cabo una emboscada contra él para que cediera grandes cantidades de tesoros (Cartwright, 2016). De modo similar, el cuadro Rumiñahui (1945) también enaltece a un guerrero inca que participó en la lucha de Atahualpa por su trono (González, s.f.). En ambos casos, los colores vívidos y los meticulosos detalles de las joyas y los músculos de los personajes glorifican la lucha por la identidad de la cultura indígena a través del empoderamiento.
Es innegable que no obstante la importancia histórica de ambos líderes indígenas, su historia no se conoce como las de Pedro de Heredia o Sebastián de Belalcázar, pues la narrativa europea que se enseña comúnmente retrata a los colonizadores como héroes civilizadores y a los indígenas como bestias salvajes. Aníbal Quijano (2014) escribe acerca de esta relación de superioridad europea frente a lo indígena señalando un patrón de poder mundial eurocentrista que legitimizó las relaciones de dominación colonial. Tal sentido de superioridad europea fue un pretexto para justificar la imposición de una identidad ajena en la colonia. Hasta el día de hoy, la colonialidad que permanece ha condenado a los pueblos indígenas al ostracismo.
Es fundamental dar a conocer obras como estas porque reivindican las identidades culturales que los relatos imperialistas de la historia han ocultado. Reflejan la importancia de reconocer el valor de los conocimientos, costumbres y tradiciones de otras culturas, y resaltan los peligros de someterlas, como se ha hecho, al rechazo y la invalidación. El mensaje, tanto de Quijano como de Guayasamín, es el mismo: sólo cuando se logre un cambio en la mentalidad de la sociedad que desmonte paradigmas coloniales y le devuelva su lugar a los pueblos reprimidos, finalmente se reivindicará la identidad propia de América Latina como una gente digna”.